lunes, 21 de mayo de 2007

5.- Recuperación de un estilo (1953-1975)

Tras la alegría desbordante de aquellas innovadoras marchas de López Farfán se presuponía que existiría una continuidad en las próximas generaciones de composiciones. Empero hurgando en las marchas de la anterior etapa, las compuestas durante la guerra y postguerra, es evidente que todas parecen trazadas por un denominador común: el halo de tristeza y seriedad, sólo tímidamente transgredidas en algunas obras. Así hasta 1953, cuando Santiago Ramos se atreve a adoptar el estilo de Farfán con su marcha “Virgen de las Aguas”, reabriendo esta tipología de marcha jovial con cornetas y tambores. De ahí en adelante cada vez más compositores son los que abogarían por el cariz que Farfán imprimió en el papel pautado allá por los años veinte.

Esto sucedió en Sevilla. En el resto de Andalucía no verían nacer en sus cofradías marchas similares hasta entrada la década de los ochenta, salvo excepciones. Mientras tanto, y empujado por el nacional-catolicismo, el género de la marcha procesional aumentaba a pasos agigantados. Nuevamente la figura del músico militar toma relevancia, como hemos comprobado en Gámez Laserna que desarrollaría su labor hasta los ochenta, o Juan Vicente Mas Quiles que, tras su periplo hispalense, recalaría en Valencia para no cejar en la firma de partituras religiosas. Aparecen otros nombres, como el de Pedro Morales que actualmente es leyenda vida. Un período que en contraste con los años anteriores es más positivo y esperanzador y quizás por ello algunos lo denominan como la edad de oro de la marcha procesional. En esta ocasión dejamos dicho galardón oficioso en interrogación, porque después se vivirían momentos álgidos y que por otras circunstancias –la difusión y divulgación del estilo- pueden considerarse épocas doradas.

5.1 Ricardo Dorado (1907-1988): la marcha lenta por excelencia.

Estamos ante una de las figuras más capitales de la música para banda militar. Ricardo Dorado perteneció al Cuerpo Nacional de Directores Militares, ergo dirigió varias bandas militares centrando su actividad especialmente en Madrid. Una referencia ilustre de la música bandística no podía permanecer ajena al género de la marcha, tanto en su vertiente militar y de ordinario, como en el escenario religioso. Si con “Virgen del Valle” asistíamos al exponente clásico de la marcha lenta, con Ricardo Dorado y su nómina de marchas procesionales encontramos el paroxismo de esta vertiente de la marcha procesional.

Sus marchas lentas datan de los años cincuenta y sesenta, encontrándose “Hosanna”, “Getsemaní”, “Oremos”, “Cordero de Dios” y la archiconocida “Mater Mea”. Todas ellas, por no citar el resto de su obra, tienen una estructura similar, que las hace canónicas por derecho propio, con una pequeña introducción y un tema principal ampliamente desarrollado que con posterioridad desembocará en un delicado trío final de bella instrumentación.

5. 2 Pedro Morales: alumno de grandes maestros y maestro de grandes alumnos.
Alumno del gran Pedro Gámez y a su vez maestro de una generación actual de buenos compositores, Pedro Morales cumplió con su dirección en la Banda del Soria 9 un episodio que va desde que Gámez dejase la batuta de esta mítica banda a su alumno, hasta que Abel Moreno en los ochenta la tomase. El jiennense Pedro Morales no tardó en andar por los fueros musicales de Farfán, y luego Santiago Ramos y Pedro Gámez, por lo que pronto empezaría a estrenar marchas procesionales de un claro sabor sevillano y en concreto alegre y letífico, enfatizadas por el uso sobresaliente de la corneta. Desde “Esperanza Macarena” (1968), “Virgen de Montserrat” (1970), “Virgen del Refugio” (1981) hasta “Señorita de Triana” (1999) y pasando por sus fabulosas marchas fúnebres “La Soledad” (1991) o “Juan Jesús” (1998), la trayectoria de Morales es impecable y de una calidad elogiable. Sin duda el mejor referente para la posterior etapa de comercialización del género.

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